Sobre ciervos, saltos, geranios y la duración de la danza

Por Ivan Bercedo


¿Cuál es la duración de la danza? ¿Cuánto dura el movimiento? ¿Tiene una caducidad? ¿O puede durar una vida?¿O más de una, varias?¿Transitar de unos cuerpos a otros? Porque sabemos que el cuerpo tiene memoria y recuerda, sin necesidad de pensar, y que reproduce sin esfuerzo movimientos que se han borrado de la cabeza y de pronto son dibujados en el aire de nuevo por los brazos, el torso, los párpados y los tobillos, con la misma naturalidad y el mismo sentimiento guardado, y tal vez alguna emoción nueva, porque los momentos y los lugares también son distintos para eso.

Sabemos por supuesto que el movimiento se puede transmitir de unos cuerpos a otros, no solo su mecánica gestual, sino la emoción poética que transportan y que cada cuerpo revive a su manera e interioriza. Y hasta podemos sospechar que nuestro cuerpo no solo guarda y vuelve a mostrar movimientos anteriores que nos transitan, sino que la danza que ahora bailamos ya existía antes, prefigurada, en gestos esbozados, en otros momentos de nuestra vida o en otras mujeres, de modo que la flecha del tiempo se mueve, como en la danza, en todas las direcciones, y que la vibración y el eco de nuestros movimientos circula siempre y se expande. Todo esto ya lo intuíamos, pero ahora lo sabemos, porque lo hemos visto en El salto del ciervo.

Inés Boza se pregunta sobre los puentes de la memoria y sobre cómo se transmite la danza. La memoria del movimiento, la memoria de los objetos, la memoria de los lugares, la memoria de los momentos, la memoria de los afectos… porque moverse, ubicarse en otro lugar, cambiar de posición, experimentar el discurrir del tiempo, conlleva alejarse, volver y distanciarse de nuevo… desprenderse de cosas, explorar, exponerse y tratar de mantener el equilibrio como cuando se cruza el río de la vida pasando como una funambulista de silla en silla, recolocándolas durante el traslado. De eso habla El salto de del ciervo: de qué es moverse, bailar, cruzarse en el camino con un arcoiris que cae sobre el capot de la camioneta y, de vez en cuando también, saltar.

Edurne Arizu está con Inés en escena, con su música que mezcla los sonidos del acordeón, el ukulele, el pandero y las nuevas tecnologías; jugando con la memoria, con el looping y las distorsiones. Rosa Romero, que es bailarina y comparte con Inés el amor por las plantas, le habla de sus recuerdos de la casa familiar y le envía un video del patio con los geranios que se están muriendo. Ser una flor es una gran responsabilidad - Inés recuerda a Emily Dickinson. La fragilidad de la memoria digital y de las formas actuales de comunicación contrasta con la transmisión de la información en el mundo vegetal: sus tiempos, sus esperas, sus movimientos, sus cuidados, pero también sus amenazas. ¿Cómo se transmite la danza en estos tiempos nuestros de relaciones por instagram, de corazoncitos de whatsapp, de empacho de propuestas, de saturación de la atención y de insondables distancias digitales? ¿Qué queda de lo bailado?

“Te envío un video con la coreografía”. Y hemos vuelto a ver a Inés y Mercedes Recacha bailando Cien años, y luego hemos visto sumárseles a Vivi, a Judith, a Paola, a Montse… y a Júlia Godino y Alexa Moya, que son nativas digitales y coreógrafas jóvenes, que bailan con movimientos de antes de haber nacido pero que ya son suyos. Así que hemos comprobado que la danza se transmite y perdura. Mujeres bailando en la sala de estar, en la terraza, en el dormitorio… porque en El salto del ciervo hay un mosaico de complicidades entre mujeres, una danza compartida, que además es un vínculo y una historia común.